EL BUFETERO DE VARIAS GENERACIONES


Nadie recuerda si existió antes que Abel otro bufetero en el club Bella Vista, y si alguno lo conoció, ya no está para contarlo. Es que ya pasaron varias generaciones de niños, muchachos y grandes  que vieron detrás del mostrador siempre a la misma persona sonriente.

 Abel llegó al club junto a su padre hace veintiocho años  para hacerse cargo del bufete y se quedó para siempre. “Cuando agarramos el bufete esto era una mugre total, hasta había ratas. Tuvimos que laburar un montón  para ponerlo bien”. El carismático bufetero se refiere no sólo al mostrador y la cocina, sino a todo el salón.

 Abel sale hasta la vereda e inmediatamente algún vecino se pone a conversar con él,
“Acordate que el lunes a las 21 está la reunión por el tema del fútbol”, le recuerda a una joven señora para que participe de la asamblea para tratar el problema  que hay con el  fútbol infantil del club. Al parecer no cuidan las instalaciones y quiere tomar alguna determinación con socios y vecinos.

 Abel llegó al club con quince años y a esta altura ha cosechado una cantidad de amigos  difícil de imaginar. Por el club pasaron cientos de muchachos durante estos veintiocho años. Muchos se alejaron por situaciones típicas de la vida, pero siempre que pueden vuelve a tomar una cervecita y charlar con el anfitrión del “Bella”, un especialista en tratar al cliente como a un amigo.

Diego jugó en la categoría setenta del Bella Vista, y con su pelo largo  aparenta menos de cuarenta y tres años. Sigue viniendo al club para jugar al ping-pong con amigos como cuando era un niño, aunque ahora, en lugar de gaseosa, tiene una botella de cerveza en la mesa.

 Otros dos parroquianos disfrutan de una  cerveza y una charla en el mostrador. Uno es tocayo del bufetero, por eso  le dicen Abelito; es el más joven de todos. El otro es el “Chino”, que aparenta treinta y pico  y también es cliente- amigo. Diego, Abelito y el Chino pertenecen a  tres generaciones diferentes que confluyen  en el Bella atraídos por la calidez que brinda el “bufetero más conocido  Wilde”.

En una de las mesas de fórmica blanca, un grupo de amigos mata la sed después de jugar un picadito en la canchita del club. “El fútbol siempre fue el enganche, aparte del alquiler de la cancha se quedan tomando gaseosa o cerveza y comiendo algo, siempre te gastan”. Y Abel tiene razón, pasan los años pero la costumbre de jugar un partidito siempre está vigente. Después de las siete de la tarde es difícil conseguir cancha.

Abel levanta las persianas a las tres de la tarde y realiza la limpieza del salón, la cocina, los baños y la cancha. Lentamente empieza a llegar la gente  hasta que en la hora pico, a eso de las siete, empieza el despacho intenso. A partir de esa hora y hasta aproximadamente las doce de la noche, los muchachos del barrio juegan el  partidito para distenderse de la jornada de trabajo. 


  “Si pinta, bajamos la persiana y nos quedamos entre los más conocidos tomando alguna cerveza y hablando hasta bien tarde”, cuenta con total sinceridad  el bufetero mas popular de Wilde. Abel es así, un imán para grandes y chicos, para todo aquel que quiera disfrutar de un momento agradable en un club de barrio. 

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