El próximo sábado, el Cine Wilde será el epicentro de los festejos por los 125 años de Wilde. Desde las 17 hs. hasta la 20 hs. se presentarán bandas en vivo y prometen muchas sorpresas más. Claudia Colaso, miembro de la organización del evento, cuenta que están trabajando mucho, y los artistas están muy entusiasmados en formar parte de la jornada, “Me estoy volviendo loca, las bandas me llaman a cada rato para arreglar lo del sábado”, nos cuenta esta joven docente que pertenece a la comisión del Cine Wilde.
El primer asentamiento sobre la zona data de 1784, año en que se construye el convento de Santo Domingo. Sus frailes se dedicaban a la agricultura y ganadería.
En el siguiente siglo se construye el primer saladero de la Argentina. Es en año 1889 cuando se realiza el primer fraccionamiento de manzanas y comienza la urbanización que continúa hasta nuestros días. Recién en el año 1975 Wilde fue declarada ciudad.
La delegación municipal de Wilde, en conjunto con el cine está realizando un gran esfuerzo para que el sábado la familia pueda disfrutar de una verdadera fiesta. Los vecinos tienen que estar presentes en F. Onsari y Juan Cruz Varela para demostrar el orgullo que sienten de vivir en un barrio que se transformó en ciudad y no para de crecer.
Nadie recuerda si existió
antes que Abel otro bufetero en el club Bella Vista, y si alguno lo conoció, ya
no está para contarlo. Es que ya pasaron varias generaciones de niños,
muchachos y grandes que vieron detrás
del mostrador siempre a la misma persona sonriente.
Abel llegó al club junto a su padre hace
veintiocho años para hacerse cargo del
bufete y se quedó para siempre. “Cuando agarramos el bufete esto era una mugre
total, hasta había ratas. Tuvimos que laburar un montón para ponerlo bien”. El carismático bufetero se
refiere no sólo al mostrador y la cocina, sino a todo el salón.
Abel sale hasta la vereda e inmediatamente
algún vecino se pone a conversar con él,
“Acordate que el lunes a
las 21 está la reunión por el tema del fútbol”, le recuerda a una joven señora
para que participe de la asamblea para tratar el problema que hay con el
fútbol infantil del club. Al parecer no cuidan las instalaciones y
quiere tomar alguna determinación con socios y vecinos.
Abel llegó al club con quince años y a esta
altura ha cosechado una cantidad de amigos
difícil de imaginar. Por el club pasaron cientos de muchachos durante
estos veintiocho años. Muchos se alejaron por situaciones típicas de la vida,
pero siempre que pueden vuelve a tomar una cervecita y charlar con el anfitrión
del “Bella”, un especialista en tratar al cliente como a un amigo.
Diego jugó en la categoría
setenta del Bella Vista, y con su pelo largo aparenta menos de cuarenta y tres años. Sigue
viniendo al club para jugar al ping-pong con amigos como cuando era un niño,
aunque ahora, en lugar de gaseosa, tiene una botella de cerveza en la mesa.
Otros dos parroquianos disfrutan de una cerveza y una charla en el mostrador. Uno es
tocayo del bufetero, por eso le dicen
Abelito; es el más joven de todos. El otro es el “Chino”, que aparenta treinta
y pico y también es cliente- amigo.
Diego, Abelito y el Chino pertenecen a tres generaciones diferentes que
confluyen en el Bella atraídos por la
calidez que brinda el “bufetero más conocido Wilde”.
En una de las mesas de
fórmica blanca, un grupo de amigos mata la sed después de jugar un picadito en
la canchita del club. “El fútbol siempre fue el enganche, aparte del alquiler
de la cancha se quedan tomando gaseosa o cerveza y comiendo algo, siempre te
gastan”. Y Abel tiene razón, pasan los años pero la costumbre de jugar un
partidito siempre está vigente. Después de las siete de la tarde es difícil
conseguir cancha.
Abel levanta las persianas
a las tres de la tarde y realiza la limpieza del salón, la cocina, los baños y
la cancha. Lentamente empieza a llegar la gente hasta que en la hora pico, a eso de las siete,
empieza el despacho intenso. A partir de esa hora y hasta aproximadamente las
doce de la noche, los muchachos del barrio juegan el partidito para distenderse de la jornada de
trabajo.
“Si pinta, bajamos la persiana y nos quedamos
entre los más conocidos tomando alguna cerveza y hablando hasta bien tarde”,
cuenta con total sinceridad el bufetero
mas popular de Wilde. Abel es así, un imán para grandes y chicos, para todo
aquel que quiera disfrutar de un momento agradable en un club de barrio.
Es imposible ser de Wilde y no haber entrado nunca en alguno de los tantos clubes del barrio. Si no está en la misma cuadra de la casa, se encuentra a la vuelta, o, como mucho, a unas cuadras. Pocos barrios deben tener tres clubes en un radio de dos cuadras como es el caso de la tríada Juan Bautista Alberdi, Jorge Newbery y Bella Vista; todos de color verde y blanco. Cada sábado, los torneos de F.A.D.I llenan los salones con niños correteando entre las mesas de jubilados timberos.
Si uno se mete en cualquiera de los treinta clubes, seguramente encontrará un bufet, el infaltable metegol, un pool, una mesa de ping-pong y la canchita en el fondo coronada por un tinglado. Pero aunque parezcan iguales, es el espíritu de cada uno lo que los hace totalmente diferentes. La historia, los colores, los viejos personajes que juegan a las cartas y siembran las tardes de anécdotas; el olor indescifrable que brota del bufet, a veces rancio, a veces agradable. Incluso cada club tiene su propio silencio.
La mayoría de los clubes se inauguraron en los años treinta y cuarenta, época donde la nueva clase obrera descubre que la vida no es solamente la fábrica, y comprende que el tiempo libre vale mucho y hay que disfrutarlo. De esta manera empiezan los primeros bailes de club que eran musicalizados en vivo por las mejores orquestas del momento: Carlos Di Sarli, Osvaldo Fresedo y otros grandes maestros dirigían el 2x4 de los bandoneones. El club pasó a ser la institución más importante del barrio.
Al igual que El Fortín, que supo vivir jornadas épicas de patín internacional, varios han desaparecido por los embates del tiempo, una manera poética de referirse a los problemas económicos, falta de apoyo municipal, caída importante en el número de socios por falta de renovación a medida que una generación se iba apagando. Es como una persona que se muere de vieja. Algunos continúan hasta el día de hoy en estado de letargo, con hombres solitarios que languidecen acodados en sus mesas, mientras de fondo se oye el hipnótico y monótono sonido de una pelotita de ping-pong que va y viene por encima de una red embolsada.
En cambio, otros clubes como el Sporting o Wilcoop fueron creciendo generación tras generación gracias al empuje y la determinación de sus socios. En estos casos las comisiones directivas son responsables, honestas y trasparentes con el destino del dinero. Principalmente de esto depende el progreso de una institución barrial; cuando aparecen los oportunistas en las comisiones directivas, pronto se ve reflejado en un frente despintado, escasa presencia de jóvenes y actividades deportivas, y la presencia de algún que otro borrachín bohemio. Al entrar, inmediatamente se percibe la tristeza del club.
Wilde es sinónimo de club, de canchita, de potreros que ya no existen pero que supimos de ellos por nuestros padres o abuelos. Todos los niños eligieron un club para defender su camiseta y pasar las tardes esquivando la tarea escolar. Para pasar la adolescencia y la juventud con la barra de amigos entre cerveza pool y ping-pong; para envejecer entre largas jornadas de truco y anécdotas de la lejana niñez.
A continuación le mostramos la ubicación de los clubes de tipo deportivo y su fachada. Las sociedades de fomento y otro tipo clubes no fueron tomados en cuenta en este mapa.
Si uno se mete en cualquiera de los treinta clubes, seguramente encontrará un bufet, el infaltable metegol, un pool, una mesa de ping-pong y la canchita en el fondo coronada por un tinglado. Pero aunque parezcan iguales, es el espíritu de cada uno lo que los hace totalmente diferentes. La historia, los colores, los viejos personajes que juegan a las cartas y siembran las tardes de anécdotas; el olor indescifrable que brota del bufet, a veces rancio, a veces agradable. Incluso cada club tiene su propio silencio.
La mayoría de los clubes se inauguraron en los años treinta y cuarenta, época donde la nueva clase obrera descubre que la vida no es solamente la fábrica, y comprende que el tiempo libre vale mucho y hay que disfrutarlo. De esta manera empiezan los primeros bailes de club que eran musicalizados en vivo por las mejores orquestas del momento: Carlos Di Sarli, Osvaldo Fresedo y otros grandes maestros dirigían el 2x4 de los bandoneones. El club pasó a ser la institución más importante del barrio.
Al igual que El Fortín, que supo vivir jornadas épicas de patín internacional, varios han desaparecido por los embates del tiempo, una manera poética de referirse a los problemas económicos, falta de apoyo municipal, caída importante en el número de socios por falta de renovación a medida que una generación se iba apagando. Es como una persona que se muere de vieja. Algunos continúan hasta el día de hoy en estado de letargo, con hombres solitarios que languidecen acodados en sus mesas, mientras de fondo se oye el hipnótico y monótono sonido de una pelotita de ping-pong que va y viene por encima de una red embolsada.
En cambio, otros clubes como el Sporting o Wilcoop fueron creciendo generación tras generación gracias al empuje y la determinación de sus socios. En estos casos las comisiones directivas son responsables, honestas y trasparentes con el destino del dinero. Principalmente de esto depende el progreso de una institución barrial; cuando aparecen los oportunistas en las comisiones directivas, pronto se ve reflejado en un frente despintado, escasa presencia de jóvenes y actividades deportivas, y la presencia de algún que otro borrachín bohemio. Al entrar, inmediatamente se percibe la tristeza del club.
Wilde es sinónimo de club, de canchita, de potreros que ya no existen pero que supimos de ellos por nuestros padres o abuelos. Todos los niños eligieron un club para defender su camiseta y pasar las tardes esquivando la tarea escolar. Para pasar la adolescencia y la juventud con la barra de amigos entre cerveza pool y ping-pong; para envejecer entre largas jornadas de truco y anécdotas de la lejana niñez.
A continuación le mostramos la ubicación de los clubes de tipo deportivo y su fachada. Las sociedades de fomento y otro tipo clubes no fueron tomados en cuenta en este mapa.
Una madre salta del banco
con el mate en la mano e increpa al
referí porque creé injusto el fallo contra su pequeño hijo. El marido trata de
contenerla mientras el niño suelta algunas lágrimas a causa de los nervios que
le produce la escena.
En el torneo de la
Federación Argentina Deportes Infantiles
(F.A.D.I) juegan muchísimos niños de
los barrios de Avellaneda, y lo jugaron los que ahora son padres. Se vive con mucha intensidad, y a medida que
se asciende de divisional, aumenta el nivel competitivo y la presión que
ejercen sobre los niños tanto padres como entrenadores.
En la
“E”, la divisional más baja, prevalece lo lúdico y el divertimento, no es tanta la
importancia que le dan al triunfo. En la “A”, el extremo más competitivo, no
hay otra alternativa que no sea ganar.
Los padres están convencidos de que su hijo es el mejor jugador del mundo y le
exigen como a un grande.
“Ahora quitan puntos por
cualquier hecho de violencia para que los padres lo piensen dos veces antes de
actuar por impulso y perjudicar al club de sus hijos”, nos cuenta Mariano
Cintioli, representante del club Jorge
Newbery y padre de Nacho, un jugador de la
categoría 2001. Sus funciones son diversas: mantener a los padres en calma para
evitar incidentes, manejar las planillas de jugadores, presentar los documentos
y hablar con el árbitro ya que es el único autorizado.
“Ese es Rocky” cuenta Mariano señalando al
réferi, y efectivamente tiene un gran parecido al boxeador de la película.
Según el representante del Jorge Newbery, Rocky es uno de los árbitros más queridos y respetados, algo muy meritorio
en una liga tan fervorosa.
Según informa el sito
web Fadi pasión, la liga tiene cinco divisionales, A,B,C,Dy E.,
y en cada una de estas juegan veinte equipos en la modalidad papi fútbol. Compiten todos los sábados desde el mes de marzo a diciembre, y cada club cuenta con
siete categorías, este año la 2000
a 2006. Los
clubes pertenecen en su gran mayoría al partido de Avellaneda, y sólo unos
pocos a Quilmes y Lanús.
“En la A los vienen a
buscar de Independiente, Racing o Arsenal” cuenta Mariano para graficar la
magnitud del nivel de competencia que existe en la divisional más alta.
Los clubes grandes tientan a los padres ofreciéndoles plata y otros bienes con el fin de captar jugadores
con potencial para llegar a primera
división. Eso explica la pasión y los excesos que a veces protagonizan los
padres, principalmente en los partidos la “A”
“Este año le sacaron 135
puntos a un club de Wilde porque lo padres corrieron a otro padre del club
contrario y lo cagaron a palos”, describe crudamente el representante del Jorge Newbery, un club donde los chicos y padres se muestran distendidos,
en un clima que más tiene que ver con disfrutar el momento en familia, que
fabricar futuros campeones de fútbol.
Pero más allá de algunos
hechos de violencia propios de los
tiempos agitados que vivimos,
el “fadi”, continúa siendo
un espacio para que los niños se inicien en el deporte y hagan sus primeros
amiguitos del barrio. Las jornadas de torneo pueden disfrutarse en familia y
pasar una linda tarde tomando mate con otros padres. Es muy común que aparte de
los niños, se hagan amigos también los padres. Es por eso que el fadi es una
pasión de grades y chicos.
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“
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